Al igual que en años anteriores, el 2014 los diez colegios con más puntajes nacionales fueron el Instituto Nacional y nueve particulares pagados. Los nueve están en el barrio alto de Santiago. Todos ellos son colegios de inspiración religiosa y, con una o dos excepciones, muy conservadores.
Para un joven de clase media o de los sectores populares emergentes, los colegios públicos emblemáticos como el Instituto Nacional son una vía para la movilidad social. La otra vía radica en los casi 30 colegios particulares subvencionados que también obtuvieron puntajes nacionales. Ni una ni otra vía estará plenamente disponible de aplicarse al pie de la letra la reforma educacional recién aprobada por el Congreso. Chile entonces tendrá lo opuesto a lo que los autores de la reforma desean: una élite académica y profesional formada casi exclusivamente a nivel secundario por el Opus Dei.
La reforma, claro está, no acaba con los colegios particulares subvencionados, pero sí crea un conjunto de reglas que hará más engorrosa su operación. Y quienes podrán optar por las reglas más permisivas -por ejemplo en materia de arriendo de inmuebles- serán o colegios pequeños o instituciones de iglesia. Un número nada despreciable de colegios subvencionados laicos y de alto rendimiento probablemente opte por transformarse en particulares pagados. Ello nos alejará del objetivo de una educación laica, gratuita y de calidad que autores de la reforma dicen defender.
En cuanto las instituciones municipales emblemáticas, las críticas contra ellas se basan en dos argumentos, contradictorios entre sí.
El primer argumento es que el IN y los otros colegios públicos de élite como el Carmela Carvajal no sirven de mucho. Lo único que hacen, según los críticos, es aglutinar alumnos aventajados, por lo que el buen rendimiento se debería a esos talentos individuales, no al valor que agrega el colegio.
Amén de que parece injusto atribuir ventajas de la cuna a jóvenes esforzados de Maipú, La Florida, Puente Alto, Pudahuel y Santiago Centro (las 5 comunas con mayor presencia en el IN), hay estudios que desmienten esta crítica. Uno de ellos considera el desempeño de jóvenes que por unas décimas no alcanzaron a ser aceptados en el Instituto Nacional, pero que obviamente tienen similares destrezas iniciales que quienes sí fueron aceptados. Resulta que años más tarde los institutanos tuvieron un rendimiento significativamente superior en la PSU, demostrando que el paso por esas aulas sí que rinde.
La segunda crítica va en la dirección contraria: el beneficio de estudiar en un colegio como el IN es tan grande que debe estar disponible para cualquiera. La nueva ley apunta hacia allá, exigiendo que una tómbola elija 70 por ciento de los admitidos.
Escribo estas líneas desde Nueva York, cuyo municipio educa gratuitamente -en Stuyvesant High School, el Bronx High School of Science y varios otros- a los hijos y nietos talentosos de los inmigrantes pobres de hoy, premios Nobel en ciencias del mañana. En Stuyvesant estudió Eric Lander, jefe del equipo que dio con la secuencia completa del genoma humano. Es una institución de la mayor excelencia, exigente hasta las lágrimas y rudamente meritocrática. A nadie se le pasaría por la mente delegar a una lotería la admisión de sus alumnos.
Del Instituto Nacional o del Liceo 1 de Niñas también salen científicos muy destacados. De ahí podría surgir, ¿por qué no?, un premio Nobel. Pero ello parece más probable si son los profesores del IN, y no una tómbola, quienes eligen a los institutanos.
Y por supuesto que esas dos instituciones no sólo producen académicos, sino que innumerables parlamentarios y ministros y a 4 de los últimos 7 presidentes de Chile: Salvador Allende, Patricio Aylwin, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet.
Lo que subraya que el argumento final a favor de los liceos selectivos no es académico, sino político: una democracia diversa y competitiva no es compatible con la existencia de una élite que se educa exclusivamente en un puñado de colegios particulares y conservadores, ubicados en un puñado de comunas acomodadas. No es casualidad que el Instituto Nacional haya nacido casi al mismo tiempo que la República, o que Arturo Prat, Barros Arana, Valentín Letelier y Arturo Alessandri Palma hayan sido institutanos.
Hoy el Ministerio de Educación indica que está dispuesto a revisar en el Congreso las normas de admisión de los liceos emblemáticos. Es decir, admite que se aprobó una ley mal pensada sólo para tener, acto seguido, que revisarla. Otro indicio de los problemas que aquejan a nuestra democracia. Y otra razón para valorar a instituciones republicanas como el Instituto Nacional.
Hola, aunque hay buenas razones para permitir que emblemáticos seleccionen, por qué un papa de un niño no tan inteligente debe subsidiar a otros niños más inteligentes para que puedan ir a los colegios emblemáticos? O el costo de los emblemáticos es el mismo que el de otros colegios públicos?
Gracias,
En Finlandia, todos aspiran a ir a un liceo específico: el del barrio. El criterio para elegir liceo es simplemente el más cercano a su casa. No hay desesperación alguna por acceder a los de élitte, todos son buenos.
Lo más complicado de conseguir en Latinoamérica son buenos directores y buenos profesores. Los gobiernos deben enfocarse en cómo capacitar a los trabajadores.
Ojalá más personas puedan acceder a colegios que (como resume Andrés) puedan obtener la calidad de educación brindada por algunos colegios del Opus Dei. Me preocupa que a Andrés le preocupe esta circunstancia y que lo ejemplifique de esa manera.
El mismo Opus Dei y muchas otras instituciones mantienen colegios en comunas y sectores socialmente vulnerables. ¿Es eso deseable, Andrés?
No sería de extrañar que luego de constatar los buenos resultados, más de alguno proponga límites y cortapisas a la autonomía de los colegios privados, además de poner palos en la rueda a las iniciativas privadas que buscan la excelencia en, por ejemplo, La Pintana.
¿No será que el objetivo primario es imponer la educación laica, y el secundario la calidad? ¿Cual es el objetivo del candidato?