El debate sobre la reforma tributaria es uno sobre sensibilidades. Más que sobre la sensibilidad hacia el bienestar de los dueños de las pymes, los emprendedores o la clase media, es sobre sus eventuales efectos en la economía. Esto es, como decimos los economistas, se trata de cuán grande es la elasticidad o sensibilidad de variables relevantes a los impuestos. Para entender la discusión sobre la reforma a impuestos a la renta, es útil distinguir dos tipos de efectos: los directos y los indirectos. Los primeros se refieren a quiénes son, valga la redundancia, directamente afectados por las modificaciones.
La reforma se diseñó de forma de concentrar estos efectos en las personas de más altos ingresos. En buena parte, ello se debe a que el alza asociada a pasar de base retirada a devengada en los impuestos a las rentas empresariales —el fin del FUT— solo alcanza a los dueños de las empresas de mayores utilidades.
Cuando se distingue las “empresas de papel” de las que realizan actividades productivas (contratan trabajadores, invierten y producen), se tiene que solo los propietarios del 5% de las empresas más grandes, de acuerdo al SII, verán elevar su carga.
Además, la reducción de los PPM traerá mayor liquidez a los dueños de las pymes y la ampliación del 14 ter les permitirá pagar solo por el flujo de caja —lo que entra, menos lo que sale—.
Este es un régimen beneficioso para emprendedores, esas personas con nuevas ideas que crean empresas y asumen riesgos. Como todo gasto se descuenta y ellos pasan tiempo sin ingresos suficientes, bajo el 14 ter no tributan si la empresa no se ha consolidado.
Luego están los efectos indirectos, los que provienen de las elasticidades. Cuánto de estos efectos directos pasará al resto de las personas y la economía, depende de a qué y en cuánto son sensibles las decisiones económicas de los directamente afectados.
Como los precios son un elemento esencial de nuestro análisis, a los economistas nos incomoda cuando son poco relevantes, cuando la elasticidad es nula o casi nula. Pero a veces la vida es dura, incluso con los economistas.
Un caso emblemático es el del ahorro: la economía supone que las personas postergan su consumo (ahorran) para aprovechar el retorno que ello trae (la rentabilidad). Si se grava su retorno, entonces habrá menos ahorro.
Sin embargo, una extensa literatura muestra que el ahorro es muy insensible a su rentabilidad y los impuestos. Por ello mismo hay instrumentos mucho más efectivos —y baratos porque no significan gasto público— que los subsidios tributarios para promover el ahorro, que no cabe describir aquí.
Para efectos de la reforma, más interesante es el comportamiento del ahorro de los de mayores ingresos, dueños de lo anotado en el FUT. La economía predice que las personas ahorran para consumir en el futuro, ellos mismos o sus herederos. Pero ese análisis es incapaz de explicar el ahorro de los más ricos.
Un análisis más certero, como sugiere Christopher Carroll de la Universidad de Johns Hopkins, es uno en que ellos valoran la riqueza misma, tal vez porque les gusta emprender o por lo que ella trae (estatus, poder). El mismo “espíritu capitalista” que los mueve hace que sus decisiones de cuánto ahorrar sean altamente inelásticas a los impuestos.
Sin embargo, ello no significa que los impuestos no importen y que no haya sensibilidad. Basta con revisar la prensa del último mes para notar que no es así. Lo importante es detectar en dónde se centra esa sensibilidad.
Nuevamente conviene separar el análisis en dos. Uno es el efecto de los impuestos sobre el total de ahorro o ingresos. Otro es el efecto sobre la forma de declararlos al SII. La literatura nos muestra una y otra vez que la elasticidad está fuertemente concentrada en este segundo efecto.
Esto es, si el esfuerzo laboral o de ahorro es en algo sensible a los impuestos, la sensibilidad a ventajas impositivas de declarar los ingresos y ahorros como laborales o empresariales es muchas, muchas veces mayor. Naturalmente, esta elasticidad está concentrada en quienes más ganan al administrar sus impuestos.
Todo esto sugiere que buena parte del ahorro de las empresas, en ausencia de ventajas impositivas, se daría igual, solo que con otro nombre. Si conviene ahorrar como empresa, se ahorra como empresa. Si conviene ahorrar como persona, se ahorra como persona.
Esta idea está en la esencia de la reforma: al dar igual trato a diversas formas de ingreso y ahorro, se cierra esta distorsión, esta sensibilidad que no es estructural, sino creada por el propio sistema. Ello permite rebajar la tasa marginal máxima y al mismo tiempo recaudar.
Así, en mi opinión, el debate ha magnificado los efectos negativos de la reforma. A veces también parece olvidar que este mayor esfuerzo traerá beneficios a todos en el largo plazo a través de una mayor inversión en las personas. Ello significará más productividad y crecimiento, y un desarrollo más inclusivo.