Existen esos amigos de confianza que uno puede invitar a última hora cuando se cae algún invitado. Fue una agradable sorpresa enterarme de que pertenecía a este selecto grupo del presidente de la Comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados cuando recibí su invitación para opinar sobre el proyecto de ley de reforma tributaria con menos de un día de anticipación.
No pude aceptar, porque ya tenía varios compromisos, pero recibí una segunda invitación, esta vez con menos premura, que acepté gustoso.
Me pasé el fin de semana preparando mi presentación, que estructuré en torno a 12 conclusiones respecto de la reforma y la argumentación que justifica cada una de ellas.
Llegué a la hora indicada y me enteré de que estaba cuarto en la lista de expositores, por lo cual no expondría hasta varias horas más. Fue así como pude asistir a las presentaciones de quienes me antecedían.
El primero fue el ex ministro de Hacienda Felipe Larraín. Comenzó diciendo que la carga tributaria en Chile no es baja comparada con otros países, si se calcula correctamente. Qué raro, pensé, a mi sí me dio que es más baja. Resultó que tenemos conceptos distintos de qué constituye “calcular correctamente”. Por ejemplo, el ex ministro tiene una carga tributaria más alta para Chile porque incluye lo que pagamos por peajes en carreteras concesionadas, pero no hace lo mismo para los restantes países que tienen carreteras concesionadas. Cuando se hacen las correcciones pertinentes para todos los países (hay estudios de organismos multilaterales que lo hacen), la carga de Chile es baja hoy y se acerca al promedio de países de desarrollo similar luego de la reforma.
Después de Larraín presentó monseñor Goic y después un representante de los viñateros. Finalmente me tocó presentar.
Cuando terminé, varios diputados pidieron la palabra para hacer preguntas y pedir aclaraciones. Siempre me ha gustado el intercambio de opiniones, aprendo cosas nuevas y me veo obligado a revisar mis argumentos. Por eso fue decepcionante cuando el presidente de la comisión me pidió que fuera tomando nota de las preguntas, porque iba a tener que responderlas por escrito. Varios diputados le pidieron que me diera al menos unos minutos, pero no dio su brazo a torcer. No había tiempo para respuestas verbales, menos para un intercambio de ideas.
Las preguntas de la mayoría de los diputados me parecieron interesantes, a continuación respondo varias de ellas. Hubo excepciones, sin embargo. Las intervenciones de algunos diputados tuvieron poco que ver con mi presentación y más bien parecían destinadas a los periodistas presentes. Otros me atribuyeron afirmaciones que no hice, en un caso fue tan evidente, que me salté el protocolo (todos le hablan al presidente de la comisión y a través de éste a las demás personas presentes) y reclamé. El diputado aludido estuvo de acuerdo en que yo no había dicho la frase que me atribuía, aunque continuó leyendo lo que tenía preparado.
Respuestas por escrito
Durante mi presentación esbocé tres formas de terminar con el FUT. La primera es manteniendo el sistema actual, pero igualando las tasas de primera categoría con la tasa más alta del global complementario. La segunda es la propuesta del gobierno. La tercera es desintegrar los impuestos al capital y al trabajo, como sucede en la mayoría de los países desarrollados. Cada una de estas opciones tiene ventajas y desventajas, ninguna es mejor que las demás en todas las dimensiones.
El diputado Macaya me preguntó por qué no consideré una cuarta opción, corregir las fallas del FUT. Mi respuesta es que creo que esta alternativa es poco atractiva, porque se han exagerado las bondades del FUT y porque algunos problemas asociados son serios y difíciles de subsanar.
No hay evidencia concluyente de que el FUT haya jugado un rol importante en el boom de inversión y las altas tasas de crecimiento que comienzan a mediados de los 80. Hubo otras reformas al mismo tiempo y la economía venía saliendo de la mayor recesión desde la Gran Depresión. En un seminario que organicé sobre este tema en 2007, Hsieh y Parker argumentaron que el FUT beneficia a empresas con problemas de liquidez, pero los dos comentaristas de este trabajo, Philippon y Raddatz, dieron buenos motivos para poner en duda sus conclusiones. Y los problemas asociados al FUT son grandes.Primero, ayuda a perpetuar la mala distribución del ingreso. Segundo, en la práctica crea una gran inequidad al discriminar entre distintos tipos de ingresos, cobrando impuestos mucho mayores al ingreso del trabajo.
Crecimiento
Varios diputados me preguntaron sobre el impacto que tendrá la reforma sobre la inversión, el ahorro y el crecimiento. Soy coautor de un trabajo que estudia la relación entre impuestos e inversión para Chile y basado en este trabajo y mi lectura de la literatura restante concluyo que es improbable que la reforma tributaria tenga un impacto negativo significativo sobre la inversión.
La reforma transfiere recursos desde el sector privado al Estado para que gaste dichos recursos. Como los privados ahorran más que el Estado, esto lleva a una reducción del ahorro, en torno a un punto del producto. Sin embargo, en la medida en que estos recursos logren una mejora significativa en la calidad de la educación, o que la mejora de la distribución del ingreso lleve a una sociedad más inclusiva y con mayor cohesión social, el impacto de la reforma sobre el crecimiento puede terminar siendo sumamente positivo.
Cambiando de opinión
Tal vez la pregunta que más me hubiese gustado responder en persona fue una que me hizo el diputado Kast, quien notó que en un trabajo de fines de los 90, del cual soy coautor, concluimos que subir la carga tributaria y mejorar la focalización son más efectivos para mejorar la distribución del ingreso que hacer más progresivo el sistema. ¿Qué explica este cambio de opinión?, preguntó.
Cuando hicimos el trabajo anterior no consideramos los ingresos no distribuidos que tienen los sectores de altos ingresos en sus sociedades, porque los desarrollos informáticos de la época hacían prácticamente imposible obtener dicha información. Como he explicado en columnas recientes, una vez que uno considera las rentas no distribuidas, queda claro que el uno por ciento de más altos ingresos paga una fracción muy baja de su ingreso en impuesto a la renta. También que la fracción del ingreso nacional que recibe este grupo es mucho más alta que en otros países. A las razones anteriores se agregan los trabajos recientes de Piketty y coautores, mostrando la relación entre bajos impuestos a sectores de altos ingresos y mala distribución del ingreso.
En resumen, estoy dispuesto a revisar mis puntos de vista cuando hay nueva evidencia y este es un caso donde la nueva evidencia me parece convincente. “Quienes deseamos preservar la economía de mercado debemos lidiar con las cifras preocupantes sobre desigualdad que presenta el Sr. Piketty”, afirmó el semanario británico The Economist en enero, al comentar el reciente libro de Piketty. Una frase que tal vez tenga eco con el diputado Kast.