Según el poeta ruso Joseph Brodsky, lo más importante en una narración es el orden en el que se cuentan las cosas. Más que la historia misma, aseveró el ganador del Nobel, lo fundamental es “qué sigue a qué”. Todo escritor sabe que esto es cierto, que la secuencia del relato, y la manera en que se van deshojando las historias es lo que las hace más o menos atractivas. Es lo que determina si son cautivantes y memorables, o si se olvidan inmediatamente después de leídas.
Definitivamente, y en abierta contradicción con lo que decía mi profesor de aritméticas, el orden de los factores sí altera el producto.
Lo anterior no sólo es válido en literatura. También lo es en política: el orden en el que distintas medidas son tomadas afecta el destino de un gobierno. La secuencia en la que se presentan los proyectos cambia la dinámica de los apoyos, y la percepción que el público tiene de las autoridades. También determina cómo una administración pasa a la historia: si lo hace como un gobierno que transformó al país, o si esos años son recordados como un marcar el paso, como un período gris, digno de ser olvidado.
Y ese es el dilema real que enfrentará el gobierno de Bachelet: Qué hacer primero, y qué hacer después. Aunque claro, más de un chusco dirá que esta es una disyuntiva falsa y forzada, que hay que avanzar en todos los frentes simultáneamente, que hay que producir un maremoto legislativo. Seguir ese camino sería un error que llevaría a la parálisis y al resentimiento de los caciques del Parlamento, los que exigen consideración y parsimonia. El atolondramiento sería una estrategia de mucho ruido y pocas nueces.
Entonces, la primera tarea del gobierno entrante es establecer “el orden de las cosas”, definir qué irá primero y qué después, determinar la secuencia óptima del proceso de cambios que le prometió a la población. Incluso, dentro de los primeros cien días hay que definir prioridades y el orden de las iniciativas legales.
En ese sentido, Ximena Rincón jugará un rol fundamental; mucho más importante que el jugado por cualquiera de sus predecesores. No sólo tendrá que mantener las líneas de comunicación abiertas con el congreso en cada proyecto de ley, sino que además deberá negociar con los líderes del Parlamento todo el plan de trabajo de los próximos cuatro años.
De los clichés a lo concreto
Durante los últimos días releí el programa de la Nueva Mayoría, y quedé con la misma impresión que la primera vez que lo hice. Es un documento repleto de buenas intenciones, generalidades, y consignas. Pero hay una ausencia casi total de detalles. Hay en este documento una colección de afirmaciones sobre las que nadie podría estar en desacuerdo.
Un ejemplo: “Todos los establecimientos educacionales deberán ser de excelencia” (p.16).
¡Magnífico, estupendo, prodigioso! Pero, ¿y cómo se logrará esta excelencia? Después de todo, llevamos décadas hablando del tema, y hemos avanzado muy poco.
Según el programa de la Nueva Mayoría, para lograr esta anhelada y escurridiza excelencia deben “entregarse las herramientas y recursos necesarios para mejorar la calidad…” A continuación se agrega que “la profesión docente esté entre las más valoradas socialmente y de las más exigentes”.
Una respuesta políticamente correcta que, en la práctica, no aporta nada.
Lo más decepcionante es que en el programa no hay ningún detalle sobre qué hacer en las áreas que verdaderamente determinan la calidad de la enseñanza. Ni una palabra sobre planes de estudios o currículos, sobre horas de clases o materias a estudiar, sobre la bondad de enfatizar las asignaturas STEM, o sobre cómo transformar nuestro sistema educativo en uno conforme al siglo 21.
Un primer paso, entonces, es ponerle músculos a este esqueleto de aspiraciones. Hacer un plan detallado sobre medidas concretas y la secuencia en la que serán tomadas. Es muy probable que la preparación de este plan específico demore la reforma educacional. Esto producirá una rabieta entre más de un dirigente estudiantil. Pero el gobierno debe mantenerse firme, y avanzar en el orden que resulte óptimo, que produzca avances verdaderos para el país.
¿Dónde estás que no te veo?
Para los observadores extranjeros, uno de los aspectos más notables del momento político que vive Chile, es que la vasta mayoría (casi todos) de los miembros del nuevo gabinete se hayan ido de vacaciones.
Lo lógico -elemental, en realidad- me dicen mis amigos foráneos, es que las nuevas autoridades estuvieran reunidas con sus equipos, preparando el terreno y las acciones concretas a tomar durante las primeras semanas. Eso es especialmente cierto para los ministros y ministras “sorpresa”, que fueron nombrados sin que lo esperaran, y que no llevaban meses (o años) pensando sobre las materias de sus carteras.
Pero en vez de eso, en vez de equipos de trabajo entrevistando a expertos y preparando planes precisos, lo que vemos es una hemorragia de subrogantes que casi nunca saben qué decir ante las amables preguntas de la prensa veraniega.
Un amigo chileno al que le transmití este comentario me miró sorprendido. Luego me dijo: “Desde luego que los futuros ministros y subsecretarios (por alguna razón no incluyó a los intendentes) están de vacaciones. Es lo que corresponde. Tienen que llegar descansados al 11 de marzo; les aguarda un año duro y exigente”.
Mi reacción fue simple: Más que “descansados”, me dije a mi mismo, debieran llegar “preparados”, para así enfrentar con éxito los desafíos que se vienen. Llamé a mi amigo para decírselo, pero no me pude comunicar. Está de vacaciones, con el celular apagado.
Cien días no es nada
La idea de los primeros “cien días” de un gobierno tiene sus orígenes en el año 1933, durante la primera administración de Presidente Franklin D. Roosevelt. El 6 de marzo de ese año, dos días después de asumir, FDR llamó al Congreso a una sesión extraordinaria. El 16 de junio, al terminar el período especial se había aprobado legislación que cambió a los EE.UU. Los años del laissez faire se habían acabado, y el país entró de lleno en el Nuevo Trato. Estamos hablando de leyes aprobadas, sancionadas y operando. No de simples proyectos o estudios; tampoco de comisiones. Incluso, durante esos cien días se puso terminó efectivo a la era de la Prohibición, al legalizar el consumo de cerveza y vino (la enmienda constitucional que permitiría el consumo de todo tipo de licores vendría a fines de ese año).
Desde luego, nadie espera que los cien días de la Nueva Mayoría tengan ese impacto. Pero es importante que se avance con decisión y con orden, que se tomen medidas razonables y en la secuencia adecuada, que se eviten tanto el atolondramiento como la desidia, que se actúe con visión de largo plazo, que se incorporen las experiencias internacionales, y que no se caiga en el populismo de claudicar ante la presión del día de los llamados movimientos sociales. Para ello se necesitará un buen director de orquesta y músicos disciplinados. También apertura, transparencia, y claridad en las comunicaciones.
Si todo eso se logra, el próximo gobierno será exitoso, y su cuatrienio será conocido como un “momento definitorio” en la historia de la República. El momento en que Chile pasó a ser un país moderno.
Me parece impecable el trabajo. En él no hay un ápice de dogmatismo, ni prejuzgamiento. Es indudable que el trabajo que tiene por delante la presidente Bachelet es mucho má arduo que el que tuvo en su primera presidencia – No prejuzguemos ni nos adelantemos. Los hechos serán testigos fieles.
[…] [2] Ver, por ejemplo, la última nota de Sebastián Edwards, el orden de los factores altera el producto. […]
Sebastián tendría que haber llamado su artículo El Producto Altera El Orden De Los Factores. Los días previos a la asunción de la presidencia ya han dejado en evidencia que el único producto que interesa es, como siempre, el poder. Y que la lucha por el poder calienta los ánimos de los luchadores (factores según #2 de la RAE). La Ximenita se está queriendo subir por el chorro y no le va a quedar tiempo para hacer su pega, esa que Sebastián dice que es muy importante.