Los regímenes autocráticos aún subsisten en muchas partes del mudo a pesar de que éste haya experimentado lo que el politólogo Samuel P. Huntington llamó las tres olas de democratización.[1] La base de datos PolityIV examina las características democráticas y autocráticas de varias de las instituciones gubernamentales de los países y, de acuerdo con ello, los califica en el rango que va desde dictaduras extremas hasta democracias consolidadas, pasando por regímenes mixtos, con características tanto democráticas como autocráticas. Así, después de examinar sus instituciones políticas, cada país recibe por parte de los investigadores que se encargan de mantener esta base una ‘calificación’ entre –10 (en el caso de dictaduras extremas) hasta +10 (en el caso de democracias bien establecidas).
De acuerdo con PolityIV, en 2012 un cuarto de los países del mundo podían considerarse como más autocráticos que democráticos (porque obtuvieron una calificación menor a cero en la escala mencionada). De estas dictaduras ‘de facto’, la mitad, es decir un poco más de 12% del total de países, tenían una calificación menor a –5, umbral considerado por los investigadores de PolityIV como el que identifica las dictaduras arraigadas.
La Figura 1 muestra la distribución de los países de acuerdo a su calificación en 2012 en el espectro dictadura-democracia. La línea vertical sólida separa los países con más elementos autocráticos que democráticos (y por lo tanto con una calificación menor a cero), de los relativamente más democráticos. La línea vertical punteada separa a las dictaduras consolidadas de los demás países. Como puede verse, aún hoy el la proporción de regímenes autocráticos es importante.
Para que se hagan una idea, y a pesar de ‘joyas’ como las candidaturas testimoniales o el tradicional aislamiento de la izquierda respectivamente, La Argentina tiene una calificación en 2012 de 8 y Colombia de 7. Las dos son consideradas democracias consolidadas, con una calificación muy cercana al 10 perfecto. Este es, a propósito un privilegio de sólo 35 países, en su mayoría de Europa Occidental, Norteamérica y Oceanía, con Chile y Costa Rica representando a América Latina en este selecto grupo.
Volviendo a las dictaduras, la mayoría de los regímenes autocráticos impone sobre sus pueblos políticas sumamente rapaces, y a pesar de ello se mantienen en el poder por muchos años. Fidel Castro, Muammar Gaddafi, Kim Il Sung, Joseph Mobutu, Robert Mugabe y Suharto son sólo algunos ejemplos. En efecto en estas sociedades los instrumentos democráticos de pesos y contrapesos del poder político son limitados y disfuncionales. Por ejemplo los legisladores, los grupos de interés y la misma oposición son frecuentemente cooptados por la oligarquía que ostenta el poder y ello hace que las elecciones no sean una herramienta eficaz para disciplinar a los malos gobernantes. Mucho se han documentado las redes de relaciones personales y clientelismo focalizado que subyacen a la supervivencia de los dictadores (si no han leído el libro clásico de Martin Meredith que describe el auge y caída de varios de los dictadores africanos modernos, se los recomiendo).
Otro hecho estilizado de las dictaduras es la alta incidencia de conflictos armados internos que se presenta en sus territorios. Según la base de datos sobre conflictos armados internos UCDP/PRIO, mientras que en el periodo desde el final de la Guerra Fría hasta 2007 la incidencia de conflictos en países relativamente más democráticos (es decir con una calificación mayor a cero según PolityIV) ha sido de 15%, en los países relativamente más autocráticos ésta ha sido de casi el doble (32%).
Que los dictadores se mantengan en el poder durante muchos años pero que el mismo tiempo las dictaduras sufran más guerras civiles parecen dos hechos contradictorios. En efecto, las guerras civiles suelen ser una amenaza para la estabilidad de los gobiernos. De hecho ese suele ser su propósito en la mayoría de los casos (aún cuando se trata de guerras de secesión). Sin embargo, en un trabajo reciente co-autorado con Petros Sekeris y Giacomo De Luca, mostramos que la coexistencia de regímenes dictatoriales duraderos y guerras civiles se puede deber a una estrategia racional de supervivencia y aferro al poder por parte de gobernantes autocráticos.
Nuestro trabajo se enmarca dentro de un literatura reciente pero en auge que estudia desde un punto de vista teórico la economía política de las dictaduras. Uno de los artículos precursores de esta rama de estudio es el de Acemoglu, Robinson y Verdier.[2] Ellos sugieren que los líderes tienen incentivos a adoptar una estrategia tipo “divide y reinarás” para debilitar la oposición y maximizar sus rentas. Para ello el gobernante hace transferencias selectivas para comprar parte de la oposición y así impedir que esta forme la mínima coalición indispensable para derrocarlo. Esta estrategia se ve facilitada por la existencia de rentas provenientes de la explotación de recursos naturales, que facilitan la compra de opositores por parte del líder.
En nuestro caso, el mecanismo de supervivencia del régimen va más allá del “divide y reinarás”, y es aún más maquiavélico. Se trata sin embargo de un mecanismo que aplica solamente para regimenes autocráticos en sociedades con divisiones étnicas. Nuestro argumento es que, bajo ciertas circunstancias, los líderes se pueden beneficiar de la existencia de una guerra civil que enfrente a los grupos étnicos de su propio país. En nuestro modelo el dictador maximiza sus rentas personales mediante el recaudo de impuestos a la producción y de impuestos a la explotación de recursos naturales. Los grupos que están sujetos a esta explotación tienen incentivos para tratar de derrocar a líder opresor mediante una rebelión. Entretanto, para debilitar la amenaza de rebelión, el líder alimenta los desacuerdos inter-étnicos entre sus súbditos para desencadenar un conflicto interno que le permita seguir oprimiendo con impuestos y, al tiempo, mantener el régimen a salvo.
Este incentivo es mayor cuando el grueso del recaudo proviene de la explotación de recursos naturales y no de la producción, ya que esta última disminuye en caso de conflicto en la medida en que el trabajo productivo se desvía hacia la actividad bélica. Otra circunstancia que exacerba los incentivos perversos del líder es que su aparato militar esté debilitado por razones exógenas. Piense por ejemplo en el final de la Guerra Fría y en lo que eso significó para los regímenes (en su mayoría autocráticos) que recibían ayuda militar del Bloque Occidental. En efecto, entre menor sea la capacidad militar del líder mayor será la probabilidad de ser derrocado en caso de revolución, por lo que aumentan sus incentivos para sentarse a disfrutar de sus rentas mientras sus súbditos están enfrascados en un conflicto.
Nuestro modelo tiene predicciones contrastables empíricamente. La más importante es que, en autocracias que presentan divisiones étnicas, cuando los dictadores están debilitados militarmente por razones exógenas, pero el país cuenta con recursos naturales explotables, la probabilidad de que el régimen favorezca la escalada de un conflicto violento inter-étnico al interior del país aumenta. Esto quiere decir que, todo lo demás constante, la interacción entre una ‘proxy’ la debilidad militar del régimen y un indicador de si el país cuenta con recursos naturales debe aumentar la probabilidad de experimentar una guerra civil.
La Figura 2 ilustra la validez empírica de esta predicción. Recordemos que la inferencia sólo es válida en regímenes autocráticos con divisiones étnicas. Sin embargo ni el concepto de ‘autocracia’ ni el de ‘divisiones étnicas’ tienen una definición única. Por ejemplo, como se ilustró al comienzo de este post, la autocracia puede entenderse desde una concepción amplia (países con más elementos autocráticos que democráticos y por lo tanto con una calificación menor que cero según PolityIV), hasta una escrita (democracias arraigadas con una calificación menor que –5). Así mismo, qué representa tener ‘divisiones étnicas’ es discutible, y puede variar desde tener al menos dos grupos étnicos distintos en el territorio de un país hasta tener muchos grupos étnicos distintos.
Dejando los detalles técnicos para quien quiera leer el paper, quisiera enfocarme entonces en la Figura 2. Esta grafica el coeficiente estimado de la interacción mencionada para más de cincuenta definiciones distintas que autocracia y divisiones étnicas. En efecto, cada uno de los seis paneles de la Figura 2 se concentra en una muestra de países con una calificación de PolityIV distinta, que va desde <0 hasta <-5. Por su parte, al interior de cada panel, el eje horizontal identifica una submuestras distinta de países que varían desde los que tienen al menos dos grupos étnicos distintos hasta los que tienen al menos diez. La línea sólida une los estimadores de la interacción de interés asociados a cada combinación autocracia/divisiones étnicas y la línea punteada grafica el intervalo de confianza al 95 por ciento de confiabilidad estadística. En ningún caso el intervalo inferior cruza el eje horizontal (centrado en cero). Eso indica que, para un conjunto sumamente amplio de definiciones de autocracia y diversidad étnica, no podemos rechazar la validez estadística de nuestra predicción teórica principal: los países autoritarios y étnicamente diversos son mas propensos a experimentar una guerra civil cuando los regímenes son más débiles militarmente y producen recursos naturales como petróleo o diamantes.
Por: Juan F. Vargas
[1] La primera de ellas, desde mediados del siglo 19 hasta comienzos del siglo 20, fue la extensión del sufragio en Europa Occidental y Estados Unidos. La segunda la ocurrida después de la Segunda Guerra Mundial en la mayoría de las antiguas colonias de las potencias que participaron de la confrontación. La tercera y más reciente incluye las transiciones de América Latina en los ochenta y las de los antiguos países del bloque soviético desde el final de la Guerra Fría.
[2] “Kleptocracy and Divide-and-Rule: A Mode of Personal Rule”, Journal of the European Economic Association, April–May 2004 2(2–3):162–192.