Año a año, el Informe de Competitividad Global del World Economic Forum (WEF-UAI) nos entrega datos relevantes acerca de la marcha del país. Se repiten las mismas alabanzas. Y se encienden las mismas luces de alerta.
Seguimos siendo los mejores de Latinoamérica. En la posición general ocupamos el lugar 34 dentro de los 148 países evaluados. Y lideramos la región en cada uno de los 12 pilares que componen este índice. Nuestras instituciones están en un honroso lugar 28. Nuestros niveles de corrupción se sitúan en un notable lugar 26. Y la eficiencia del gobierno alcanza un sobresaliente lugar 18. Pero es el ambiente económico el que hace de Chile un país envidiable a nivel mundial.
En el entorno macroeconómico ocupamos el lugar 17. Estamos mejor que Singapur y por sobre el promedio de los países desarrollados. De hecho, si somos estrictos y rigurosos, en este indicador deberíamos estar en una posición aún mejor. Algo similar ocurre con el desarrollo de nuestro mercado financiero, que alcanzó un destacado lugar 20.
Hace ya tiempo que venimos celebrando las virtudes de nuestra economía, la solidez de nuestro mercado financiero y el serio y responsable manejo de nuestra política fiscal. De esto nos enorgullecemos cada año. Y hace tiempo que conocemos cuáles son nuestras falencias y nuestros grandes desafíos. En el pilar de salud y educación primaria estamos en el lugar 74. Y en la calidad de la educación primaria nos ubicamos, entre Camboya y Etiopía, en el lugar 107. Curiosamente, en la calidad de la educación de ciencias y matemáticas también estamos en el mismo lugar. Y seguimos discutiendo las deficiencias de nuestro país en materias laborales, donde permanecemos estancados en el lugar 106 en empleo femenino.
¿Cómo analizar o enfrentar los resultados del índice de competitividad WEF-UAI? Podemos mirar la foto y felicitarnos nuevamente porque seguimos liderando la región. Pero ya llevamos mucho tiempo comparándonos con nuestros vecinos. A estas alturas del partido, no veo consuelo ni sorpresa alguna al constatar que Argentina bajó al lugar 104. O que Venezuela cayó a un dramático lugar 134. Vaya novedad. Nuestro país ya es miembro de la Ocde. Por lo tanto, debemos entrar a jugar a esa cancha y no seguir comparándonos con el barrio.
También podemos ver la tendencia. Y esto resulta preocupante. En los últimos nueve años venimos bajando sostenidamente desde el lugar 22 al 34. Este lento y gradual deterioro de nuestra competitividad se relaciona con los grandes temas que venimos discutiendo hace ya mucho tiempo. Y si agregamos el tremendo desafío de la energía, que ya está afectando nuestra competitividad, me aventuro a sugerir que es un potente llamado de atención a todo el mundo político. Más que prestar atención a los que gritan más fuerte, seguir con mirada ansiosa y dedos trémulos el Twitter o analizar con inquietud las encuestas, es tiempo de ponerse a trabajar con calma en aquellos grandes acuerdos políticos que nos llevaron a ocupar, hace ya casi 10 años, un lugar privilegiado en términos de competitividad. Nuestra clase política no debe olvidar cuál es su verdadero rol. Y su responsabilidad pública. No en vano, según el índice de competitividad WEF, la confianza en nuestros políticos todavía ocupa un alentador lugar 34.