La Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez y el World Economic Forum presentaron la semana recién pasada el último Informe de Competitividad Global. El índice define competitividad como el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país.
De acuerdo a esta última medición, Chile retrocedió un puesto en el ranking de economías más competitivas, y tres respecto del 2011, ubicándose en el lugar 34, de 148 países.
A pesar de ello, Chile posee un buen posicionamiento en este índice, que mide diversos aspectos del ambiente económico y de la capacidad del país para lograr un desarrollo sostenido. En buena parte, el indicador se construye sobre la base de percepciones de ejecutivos de empresas acerca de aspectos variados, como el ambiente institucional, la cobertura y calidad de la educación, la equidad de género y el grado de cooperación en las relaciones laborales.
Desde hace ya años que la mayor fortaleza de nuestro país se encuentra en la calidad de sus instituciones y en la robustez de su macroeconomía. Las instituciones no solo afectan las decisiones de inversión y la manera en que se organiza la producción. También tienen implicancias sobre la forma en que se distribuyen los costos y los beneficios del desarrollo en la población.
De hecho, los mayores rezagos en nuestra capacidad competitiva se relacionan también con nuestros atrasos en lograr un desarrollo social más inclusivo. En efecto, los ámbitos en los que nuestro posicionamiento en el ranking internacional es más débil incluyen la calidad del sistema educacional, la incorporación de la mujer al mercado laboral y la orientación de las empresas hacia los clientes.
Nadie niega en Chile que debemos avanzar decididamente en la calidad de la educación en todos sus niveles. Nuestro sistema ha sido eficaz en lograr una amplia cobertura, pero ello no ha ido de la mano del aprendizaje y el desarrollo de habilidades. El desarrollo temprano de los niños, la segregación escolar a nivel básico y medio, y la formación y carrera de los docentes son solo algunos de los aspectos que Chile debe abordar con urgencia, tanto para lograr una mayor equidad como para elevar decididamente la productividad.
Por su parte, la débil incorporación laboral de las mujeres afecta a ambos, la habilidad para crecer y la representatividad social. ¿Cuánto talento desaprovechado hay en la incapacidad de nuestra economía para ofrecer espacios más igualitarios a las mujeres?
Un cálculo sencillo basado en Cuentas Nacionales indica que un aumento de 10 puntos porcentuales en la participación laboral de la mujer, a la tasa de desempleo actual, tiene el potencial de generar unos 5 puntos porcentuales de crecimiento agregado de una vez, suponiendo que ellas ingresan con una productividad similar al promedio. Pero no sólo se trata de una mayor tasa de ocupación de las mujeres, sino también de las oportunidades que la sociedad les otorga para tomar puestos de liderazgo y para alcanzar la igualdad salarial.
Finalmente, el déficit en la orientación de las empresas a sus clientes también tiene la doble cara de afectar la competitividad y un desarrollo que alcance a todos. Si los mercados no dan prioridad a los ciudadanos, el país arriesga lesiones a la libre competencia y a los derechos de los consumidores, socavando su legitimidad y la de las instituciones que los regulan.
Competitividad, productividad y equidad social no son aspectos separados del desarrollo. Ciertamente, la tensión social que conlleva la inequidad afecta el ambiente para la inversión. Asimismo, no es imaginable un país movido por la innovación sin el capital humano necesario para ello.
Por último, la sociedad chilena está caracterizada por una escasa movilidad social y por grandes diferencias en el acceso a oportunidades. Ello no motiva la creatividad y la innovación entre quienes más tienen si ellos están seguros de mantener su posición en la distribución. Tampoco entre quienes menos tienen si sus esfuerzos no son debidamente recompensados. Así, si el país desea seguir creciendo, no puede hacerlo sin la necesaria equidad.
Cuentan que alguien que llegó a ser un gran magnate en US pudo estudiar en la universidad aún cuando venía de familia pobre.
“Cuando me recibí, contaba éste, a mis compañeros más ricos les regalaban autos, viajes, les conseguían trabajo. Pero como yo tenía un padre pobre el metió la mano en su bolsillo, sacó una moneda de 50 centavos y me dijo: Esto es para que compres el diario y te consigas un trabajo”
Llegó muy lejos … (leer La importancia de no nacer importante, de Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina)