La propuesta de elevar la tasa de impuesto a las utilidades de las empresas del 20 al 25%, bajar la tasa máxima de impuesto a la renta del 40 al 35%, cambiar la base tributaria de los socios de empresas desde utilidades repartidas a devengadas e introducir la depreciación instantánea, ha generado intensas reacciones.
Muchas de ellas inducen a error. Se confunden los impuestos a las empresas con los impuestos de sus dueños, tasas marginales con tasas medias, inversión con ahorro, retención de utilidades en la empresa con el ahorro de sus dueños, y el rol del capital de trabajo.
Se dice que se eleva el impuesto a las empresas, pero se olvida que en Chile los impuestos están integrados y quien paga en realidad es el dueño. Ese impuesto final está dado por el Global Complementario, y no por su retención en Primera Categoría. Así, los primeros $540 mil de ingresos mensuales están exentos. Luego se paga, desde este año, el 8% por cada peso entre los $540 mil y $1.200.000, y así sucesivamente, hasta una tasa del 40% por cada peso sobre los seis millones.
En este contexto, el impuesto a la empresa es sólo una retención del 20% de las utilidades. Cada año el SII verifica si el dueño, según el tramo del Global Complementario, debe pagar más que lo retenido. Si no, le devuelve la diferencia.
Así como los empleadores retienen los impuestos de sus trabajadores y realizan las cotizaciones previsionales, la tasa del 20% de las empresas es una manera eficaz de que la recaudación llegue a su destino. De la misma forma, si a los empleados dependientes les pagaran su sueldo bruto y tuviesen que realizar ellos mismos sus cotizaciones, habría menos ahorros en las cuentas de pensiones.
Elevar la tasa del 20 al 25% es elevar una retención. Si un empresario pequeño, el dueño de una PYME, paga hoy en promedio menos del 20%, seguirá pagando lo mismo; sólo cambiará lo retenido.
También se dice que se elevará la tasa de impuestos a las empresas del 20 al 35% al pasar a una base devengada. Ello confunde la tasa media que se retiene por las utilidades con la tasa marginal que se paga por el último peso ganado, y no por todos ellos.
Asimismo, quienes argumentan que el gasto tributario es pequeño porque es sólo un retraso debieran estar contentos por la reducción de la tasa marginal máxima. No reconocer esta rebaja es equivalente a decir que no está en los planes repartir alguna vez las utilidades retenidas y, por tanto, pagar el diferencial de impuesto adeudado.
El debate también confunde inversión con ahorro. Cuando se habla de inversión, se habla de máquinas, equipos e infraestructura, lo que Cuentas Nacionales llama la Formación Bruta de Capital Fijo. Cuando algunos técnicos insisten en que el país debe elevar su tasa de inversión, se refieren a ello. Una empresa que hoy desea financiar su inversión con utilidades debe al menos pagar un 20% por cada peso invertido. Con la depreciación instantánea pagará 0% de inmediato.
Algunos se quejan de que no son los fierros lo que importa, sino el capital de trabajo. Pero el capital de trabajo es para gastarlo en insumos, y no para atesorarlo. Cada peso de capital de trabajo que se gasta se descuenta de la base, y ya paga el 0%.
Otra cosa es el ahorro financiero, que suele confundirse con inversión. La gran brecha entre la tasa que paga la empresa y su dueño en el Global Complementario, junto con el mecanismo de sólo pagar al repartir utilidades, promueve el ahorro.
Pero también promueve el fraude, distorsiona la forma en que se organizan las empresas y fomenta disfrazar el ingreso del trabajo como ingreso del capital para acceder al préstamo gratuito que otorga el Estado. No es de extrañar que en Chile las estadísticas indiquen que las empresas ahorran y los hogares no. Son hogares disfrazados de empresas.
Se dice, además, que otros países también promueven la retención de utilidades. Pero todos ellos obligan a que esos fondos se queden en la empresa, y no permiten que se deriven a otra parte. Se confunde la retención de utilidades en la empresa con un subsidio al ahorro de los dueños de la empresa en cualquier instrumento, incluyendo cuentas en las Islas Vírgenes.
Chile necesita un sistema de impuestos más simple, más eficiente y más justo, incluso si no se desea recaudar más. Hoy el Estado da un préstamo gratuito a los dueños de las empresas que están en los percentiles más altos de la distribución del ingreso.
Si bien la tasa marginal que enfrentan bajará, la propuesta eleva la tasa media y, con ello, la contribución de los más ricos a los fondos públicos y la recaudación total. Es natural que se quejen, pero sus quejas no significan que la propuesta esté errada. Además, la inversión de estos recursos en educación promoverá el capital humano del país y, con ello, la productividad.
Si los empresarios más ricos enfrentasen restricciones a su liquidez, se entendería este subsidio, pues se trataría de resolver una ineficiencia del mercado. Pero no es el caso. Es simplemente el gasto más desfocalizado que un Estado puede realizar.